abril 26, 2024

Los agoreros del pasado

Poco a poco, la máquina restauradora del viejo orden, comienza a tener una narrativa recurrente utilizando la coyuntura y los puntos sensibles que laten en toda sociedad. Hoy es el turno de la corrupción, un mal endémico del poder, del que ni la santa Iglesia católica ha podido apartar de los corredores de la Basílica de San Pedro.

Con el olor a la carne podrida salen los carroñeros a destripar los cuerpos que alimentan sus necesidades básicas, destilan ese odio heredado de los encomenderos, desalojados por las milicias campesinas en los años previos al 52. Organizan los textos con saña, pensando en que ya no podrán volver a gozar de las mieles del poder y como perros del hortelano ladran todos los días. En fin ese es su trabajo.

En contraste con los agoreros del desastre, los pueblos del lago Titikaka se preparan para recibir a los hermanos del mundo, para celebrar un nuevo tiempo. Donde muchos ven tragedia y nubes de tormenta, los pueblos sabios del mundo ven un nuevo orden, un pachakuti, producto de los cambios en la sociedad y avanzando en lo que el Che llamaba el hombre nuevo.

Duele, seguramente, ver como los excluidos de siempre caminan por los pasillos de la historia, haciendo historia. Duele, seguramente, la capacidad para aprender que en la práctica de gobernar los “apoyos técnicos” son una amenaza, cuando se aprovechan de la confianza delegada, demostrando el oportunismo de los llamados profesionales.

Duele, seguramente, que nadie pida consejos a los eternos dueños de la verdad que, como modelos en desgracia buscan desesperadamente llamar la atención con escandaletes promovidos por sus patrocinadores y amplificados por incautos bienintencionados, que no terminan de entender lo que pasa en América Latina y en especial en Bolivia.

¿Que todo está bien? No, un rotundo no, porque el periodo que vivimos es un tiempo de transición, es imposible que, en un proceso como el nuestro, existan días de absoluta tranquilidad. Los problemas, las miserias humanas traducidas en hechos de corrupción, las traiciones de dirigentes a sus bases, las ambiciones individuales y las ansias de convertirse en los patrones de ayer, son señales que la sociedad en su conjunto, se encuentra inmersa en una crisis de afirmación y crecimiento, es el cuerpo social que se transforma, y en este proceso emergen las viejas costumbres heredadas desafiadas por los nuevos valores.

La inútil discusión acerca de lo mestizo, no permitió recordar que los viejos libros donde se asentaban los nombres de los recién nacidos tenían tres categorías: indígena, mestizo y blanco, de esa manera el sistema de clasificación asignaba al recién nacido su rol en el futuro.

La inútil discusión, repetimos, no llegó a profundizar en aspectos ya superados, porque el interés estaba centrado en hacer fracasar el censo. Todos los desprestigiadores del censo, tuvieron que morderse la lengua y aceptar que el pueblo respondió a la convocatoria y no se registraron incidentes. Una vez más la realidad se impuso a los presagios.

Es verdad que existen todavía puentes que no permiten transitar las ideas y saberes entre los diversos actores de este proceso constituyente de un Estado Plurinacional, son los escollos que debemos superar. Pensábamos que establecer esos puentes nos iba a llevar a entablar mejores niveles de comunicación y fortificar la consecuencia con esos objetivos.

Habrá que asumir esa realidad que, los puentes rotos están así es por el material con el que fueron hechos. Necesitamos nuevas formas de construcción, dejemos atrás los materiales frágiles y endebles y retomemos a los viejos maestros constructores de Tiwanaku y construyamos los sólidos cimientos de la nueva sociedad.

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